Debido al aumento de la esperanza de vida, que ronda los 80 años en España, y al envejecimiento de la población, han surgido una serie de inconvenientes por el desgaste que sufre el cuerpo a lo largo de los años como es la sarcopenia: síndrome caracterizado por una progresiva y generalizada pérdida de masa y fuerza muscular esquelética con riesgo de resultados negativos como discapacidad física, peor calidad de vida y muerte (Cruz-Jentoft et al., 2010).
Pero la sarcopenia no solo la sufren nuestros mayores, si no que puede ser también causada por sedentarismo, cualquier tipo de enfermedad que obligue a guardar reposo absoluto, o una alimentación inadecuada. Además, la sarcopenia está relacionada con caídas, incapacidad física, osteoporosis, osteoartritis e incluso mortalidad (Choi, 2016).
Además, la prevalencia de obesidad a partir de la mediana edad se ha doblado desde 1980 y continúa incrementándose mundialmente; esto supone cambios en la composición corporal incluido un incremento de la grasa corporal y un declive de la masa muscular lo que provoca entrar en un ciclo vicioso debido a que la sarcopenia reduce la actividad física lo que nos lleva a un descenso del gasto calórico y a un aumento del riesgo de obesidad. Junto con esto último, por si no fuera poco, un aumento de la grasa visceral induce inflamación, lo que contribuye al desarrollo de la sarcopenia (Choi, 2016).
¿Pesas contra la sarcopenia?
La masa muscular disminuye un 1-2% anual a partir de los 50 años, mientras que la fuerza desciende un 12-15% cada década por lo que esto puede ser atenuado proporcionando un estímulo tal que obligue al cuerpo a mantener, e incluso mejorar, dichas capacidades con el objetivo de poder hacer frente a dichos requerimientos en el futuro. Por ello, el entrenamiento con pesas puede atenuar estas pérdidas entrenando 2-3 días a la semana consiguiendo así mejoras de la fuerza de al menos un 25% en mujeres y hombres en el caso de entrenamientos de alta intensidad; mejorando así la movilidad funcional, el equilibrio, la prevención de caídas y las actividades diarias. (Papa et al., 2017).
Bibliografía:
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